NASHVILLE (BP) — ¿Cómo es levantarse de la muerte? Todos hemos visto los dramas en la televisión en la sala de cirugía cuando en el monitor del corazón repentinamente aparece una línea recta y se escucha un siniestro e incesante tono. Entonces traen el desfibrilador y la persona antes técnicamente muerta es traída de vuelta a la vida. Tal vez es algo así — sacudidas que corren por todo el cuerpo.
O quizá es la manera en la que la mayoría de nosotros nos sentimos algunas mañanas temprano cuando la alarma del reloj se dispara. Nos despertamos abruptamente, pero cuando prendemos la encandiladora luz cercana, toma unos pocos momentos frotarnos el sueño de los ojos. Tenemos un sentido de debilidad en las manos y dedos mientras la sangre comienza a fluir de nuevo, hasta que finalmente nos tambaleamos hasta el baño para abrir la ducha. Tal vez es algo así, solamente que mayor — necesitamos un par de horas para recuperar el control de nuestras facultades y obtener un poco de fuerza solo para sentarnos.
Pero algo me dice que Jesús no tropezó al salir de la tumba. Algo me dice que no tosió ni gorjeó, ni necesitó que la sangre le fluyera hasta las extremidades el Domingo de Resurrección en la mañana. Seguro, su muerte fue caótica. Indigna. Sangrienta. Grotesca. Inclusive vergonzosa. ¿Pero su resurrección? Esa fue diferente.
Me encanta el hecho de que Juan, justo en medio del relato de la mañana del Domingo de Resurrección, deja caer un detallito dentro de la narrativa que no solamente describe la resurrección de Jesús, sino que nos ayuda a verla. A sentirla. Vemos a María llegando a la tumba — desesperanzada y abatida, su fe muriendo con Jesús. Oímos los sonidos de la noche que comienzan a desvanecerse a medida que el sol comienza a levantarse. Sentimos la quietud — el vacío — del aire. Vemos sus lágrimas y sentimos el apabullante peso de su aun mayor pena cuando descubre en la oscuridad de la mañana que la piedra ha rodado. Oímos su agudo llanto cuando sollozantemente les cuenta a Simón Pedro y a Juan que ladrones de tumbas llegaron y se robaron el cuerpo. Luego viene la carrera.
Escuchamos el jadeo. Sentimos el aliento caliente. Vemos al más joven de los dos rebasar al mayor. Luego, con los primeros rayos de luz, vemos junto a, primero Juan y luego Pedro, que la tumba verdaderamente está vacía. Ahí es cuando obtenemos el detalle:
“El sudario no estaba con las vendas sino enrollado en un lugar aparte.” (Juan 20:7).
Es un curioso pequeño detalle para incluir, ¿no creen? Juan estaba allí; él vio todo. Es posible que el recuerdo estuviera tan incrustado en él que deseaba registrar cada detalle.
Pero quizá también, enterrado en este detallito, haya un comentario acerca de la naturaleza de la resurrección del Señor. Jesús fue levantado a la vida, y cuando eso sucedió, tomó la dignidad armónica con él; simplemente se levantó de una manera pausada. Como el Señor de toda la creación que él es, tomó unos pocos momentos para poner las cosas en orden, inclusive llegando tan lejos como si hubiera tomado tiempo para hacer la cama. Jesús no se tambaleó ni tropezó con los ojos nublados y entumecido por la espiral de la muerte; se levantó como un héroe conquistador. Y salió caminando de la tumba como si fuera el dueño del lugar. Porque él lo es.
Esta no es como la resurrección de Lázaro a quien Jesús sacó de la muerte. Solo unos pocos capítulos antes en este evangelio, él salió de la tumba “…con vendas en las manos y en los pies, y el rostro cubierto con un sudario.” (Juan 11:44). Jesús mismo dio la orden “quítenle las vendas y dejen que se vaya” porque Lázaro no podía hacerlo solo.
Jesús tomó unos pocos momentos para darnos un pequeño atisbo al hecho de que siglos antes de la cruz y de la tumba, la creación fue estropeada por el pecado. Comenzó como una espiral de desorden donde arriba era abajo e izquierda era derecha. Todo se puso de cabeza, pero cuando él salió de la tumba, anunció a esa creación estropeada que estaba llevando todo a la forma como siempre se supuso que sería. Del desorden al orden. De muerte a vida. De resquebrajamiento a totalidad. Y quizá ese reorden comenzó con ese simple acto de tomar lo que de otra manera hubiera estado arrugado y roto, y lo dobló nítidamente.
Luego caminó hacia la luz…